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Parashá 10 Miketz

Actualizado: 11 ene 2023

Miketz significa “al cabo” o “después”, siempre aludiendo al factor tiempo. Dos largos años tiene que esperar Yosef aun, encerrado en la celda, hasta que finalmente llegó el tiempo de su liberación. Todo comienza a cambiar cuando el Faraón tiene dos sueños, uno de vacas gordas y flacas y otro, de espigas hermosas y espigas secas. El monarca, perturbado por el sueño, busca interpretarlos. Y entonces pide a sus sacerdotes que lo interpreten. Al no encontrarse nadie capaz de hacerlo en todo el gobierno, la noticia llega al copero quien recién entonces se “acuerda de Yosef”.


Bereshit (Gn) 41:1-44:17

מִקֵּץ


La orden es dada y Yosef es sacado de la prisión, preparado y presentado ante el Faraón. Luego de darle al Eterno el honor debido a Su Nombre, Yosef recuerda al monarca ambos sueños y además, se los interpreta a plena satisfacción del emperador. Debido a la naturaleza profética del sueno, en realidad era un mismo sueno dado en dos formas diferentes, Yosef da ciertas recomendaciones administrativas al Faraón quien no encuentra mejor candidato que el propio Yosef para dirigir la economía del país en los siete años de abundancia que vienen de tal manera que haya suficiente comida para los siete años de escasez que le seguirán. De esta manera, el preso se convierte en gobernador supremo del gobierno, solamente por debajo del Faraón mismo. Se le entrega a Yosef una mujer por esposa, de nombre Asenat, nada menos que la hija de Potifar, y de esa relación nacen dos hijos, Manasés y Efraín.


En efecto, vienen siete años de extraordinaria abundancia y Yosef toma las medidas necesarias para almacenar tantos granos como sea posible. A los siete años de escasez siguen siete años de hambrunas y he aquí que solamente Egipto tenía suficiente trigo para saciar el hambre de la región.


Esto causa que Yaakov envíe a sus diez hijos mayores a Egipto para procurar comprar alimentos y regresar. Benyamim queda en casa con su padre, pues este tiene temor de enviarlo, no sea que le ocurra alguna desgracia como a su hijo Yosef.


Al llegar a Egipto, Yosef, vestido como egipcio y hablando el idioma egipcio, no es reconocido por sus hermanos, pero él sí los reconoce, y estos “se postran” ante el gobernador mientras se presentan. Contrario a lo esperado, el gobernador acusa a sus hermanos de “espías” a fin de causar que Binyamim, su hermano, sea traído a su presencia y verificar con sus propios ojos que estaba vivo y sano. Como excusa, Simón es dejado de rehén en una cárcel especial a fin de asegurarse que sus hermanos regresen con Binyamim.


Mientras descienden de Egipto hacia Jebrón, en una parada del camino descubren el dinero que habían pagado por el trigo guardado en sendas bolsas de sus costales. Confundidos y sin comprender lo que está sucediendo, continúan su camino a casa.


Al comenzar a terminarse la provisión adquirida, Yaakov insiste en que volvieran a Egipto por más trigo, pero el factor Binyamim crea una disputa familiar hasta que Judá asume total responsabilidad con el alma del muchacho y finalmente Yaakov lo deja ir con el resto de sus hermanos. Al llegar a Egipto son recibidos por Yosef en persona quien tratándolos amablemente y saludando especialmente a Binyamim, libera a Simón, conforme había prometido. El dinero encontrado en los costales en el primer viaje, es devuelto, pero no recibido. Compran más alimentos y repletos de víveres regresan a casa. Pero en el camino son interceptados por la guardia personal de Yosef y acusados de ladrones, por haber hurtado la copa de plata de Yosef. En verdad, dicha copa había sido escondida exprofesamente como parte del plan maestro concebido por Yosef para bendecir a sus hermanos y al resto de la familia. Molestos en gran manera por la acusación, y para probar su inocencia, proponen que al dueño del costal donde encuentren la copa, que sea hecho siervo de Yosef. Se busca la copa, desde el mayor hasta el menor y he aquí que aparece en el costal de Binyamim, quien, por la propia palabra de sus hermanos, queda convertido en esclavo personal del gobernador de Egipto. La angustia hace presa de todos, se presentan de nuevo ante el gobernador, y de nuevo se postran los once ante su presencia pero Yosef decide que “el varón en cuya mano fue hallada la copa, será mi esclavo, pero vosotros iréis en paz a vuestro padre”.

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