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Foto del escritorRab Dan ben Avraham

Parasha 44 Devarim

Actualizado: 5 ago

Torah: Devarim 1:1-3:22

Haftará: Isaías 1:1-27

HaTsofen HaMaljutí: Mar’ot Elohim 1:1-2:17



Devarim significa “Palabras”, y es el nombre de la Parashá para este Shabat. Al mismo tiempo, es el nombre del quinto libro de Moshé y de la Torah. El título del libro que se expresa en la primera parashá, merece un comentario especial.


Si decimos, “Palabras”, no hacemos justicia al texto. Pensemos un momento en lo que realmente contiene el quinto libro de Moshé. Por 37 días Moshé Rabenu estuvo hablando al pueblo de Israel, un discurso cada día.


Comenzó el primero de Shevat y terminó el 7 de Adar, precisamente el día de su muerte, que correspondió al año 2488 de la creación (Febrero-Marzo del 1273 a.e.c.)

En estos encuentros con la comunidad de Israel, Moshé hace una recapitulación de los más importantes eventos y de las más importantes instrucciones divinas que encontramos en los primeros cuatro libros de la Torah, especialmente de Shemot (Éxodo) y Bamidbar (Números).


Debido a esto, Devarim es en realidad una REPETICIÓN de la Torah y por ello el quinto libro de Moshé es llamado también Mishné Toráh (Repetición de la Torah) que fue traducido al griego como DEUTERONOMIO, es decir, segunda Ley.


Los primeros cuatro libros son una recopilación de lo que el Eterno mismo le mostró a Moshé que debía escribir; en Devarim, lo que Moshé cuenta al pueblo que el Eterno le dijo.


Esto se refleja en la forma de lenguaje. Shemot, Vayikrá y Bamidbar nos tiene acostumbrados a oír la fórmula sagrada: “El Eterno le dijo a Moshé…”; pero en Devarim, una nueva fórmula es introducida: “En ese tiempo Eloha me dijo…” etc.


Así que Moshé le cuenta al pueblo su propia experiencia con el Altísimo. No obstante, Devarim forma parte de la Torah Escrita, lo cual significa que tanto el contenido como las palabras deben ser considerados de origen divino porque las palabras de un profeta de este nivel, son consideradas como si fueran las propias palabras del Eterno.


Devarim es único en su clase porque nos presenta un lado de la revelación que no sabríamos sin él, esto es, cómo el Eterno usa Sus agentes para transmitirnos Su mensaje y preservarlo para la posteridad. La voz del Eterno saliendo por las cuerdas vocales de un hombre. ¿No es extraordinario? De ahí que la voz de Moshé, el primer redentor, son las palabras del Eloha viviente, es como si Eloah mismo nos hablara por medio de Moshé.


Así también ocurrió con el Segundo Redentor: “Las palabras (devarim) que os hablo, no son mías, sino del Padre que me envió”. ¿Maravilloso no? Por esto sabemos que Devarim es el nexo entre la Torah Escrita y la Torah Oral y nos muestra cómo funciona la última y cómo se relaciona con la primera. De la misma manera, las palabras de nuestro Rebe constituyen una Segunda Torah para sus talmidim, esto es, Torah Oral para nosotros, aunque ahora la tengamos escrita aquí y allá, originalmente, como Moshé, fueron dadas en vivo, verbalmente, oralmente. Esto nos muestra la combinación maravillosa entre el Creador y la criatura, entre el Amo y su siervo, entre el Padre y sus hijos. La Torah entonces tiene dos dimensiones y en ambas, tanto el contenido como la envoltura del contenido nos son sagrados y preciosos en extremo.


Devarim nos revela la posibilidad de un encuentro entre la Divinidad por un lado, que es Infinita e Inmortal y el hombre finito y mortal por el otro. En el caso de Moshé, sus palabras estaban en perfecta línea y armonía con la Divinidad y por tanto era un fiel reflejo que nos balbuceaba, en lenguaje humano, los misterios divinos.


De ahí que Devarim es palabra del Eterno, no solamente igual, pero aun mucho más elevada que el resto porque revela ambas cosas, la voz de la Divinidad y la manera cómo esa Divinidad se hizo presente en medio de nosotros por la instrumentalidad de una vasija apropiada: Moshé.

Así que cuando decimos “Devarim” y lo traducimos como “palabras”, debemos entender la profundidad y riqueza del término, porque esas “palabras” están conectadas no simplemente a la garganta de Moshé sino al Espíritu mismo del Eloha viviente.


Devarim, pues, constituye el legado de Moshé para los hijos de Israel, su “despedida”, sus “instrucciones finales”, como un padre que sabe que ha de despedirse finalmente de los hijos que ama con toda su alma.


Los años han pasado. Cuando Moshé fue llamado por el Eterno en la experiencia de la zarza ardiente en medio del desierto, tenía unos 80 años. Ahora tiene 120. Allá buscó como excusa, su tartamudeo. Ahora, nos lo encontramos como un magnífico orador, repleto de fuerza, colorido, argumentativo, persuasivo, elocuente, justamente unos días antes de ser reunido con sus padres.


¿Es este el mismo Moisés que no podía hablar y que tuvo que recurrir a su hermano Aharón como su voz entre los hijos de Israel? ¿Es posible ser elocuente aun con limitaciones físicas?

Para ayudarnos a entender esta paradoja, el midrash (Devarim Rabá) nos cuenta la siguiente parábola:

“Esto es semejante a un vendedor de tela de púrpura que va anunciando su mercancía y diciendo: “Aquí púrpura para la venta”, “Aquí, púrpura para la venta”.


Al escuchar su voz, el rey de la ciudad lo llamó y le preguntó: “¿Qué vendes?”. La respuesta fue: “Nada”. El rey respondió: “Sin embargo hace un momento te oí gritar: “Aquí púrpura para la venta”. ¿Cómo es eso que no vendes nada?”.

“Oh no”, exclamó el hombre, “Yo vendo púrpura, pero comparado a tus vestidos, lo mío es nada”.

Esto mismo aplica a Moshé, nos dicen los sabios del Midrash. Ante el Creador Moshé dijo: “Soy un hombre torpe de palabras”. Pero cuando se presenta ante los hijos de Israel, se dice: “Estas son las palabras que Moshé habló…”.


¿Fue Moshé un profeta? Ciertamente que sí. Entonces, ¿quién puede ser un profeta?

En el capítulo 7 de Yesodei HaToráh, Maimonides describe ciertas calificaciones necesarias para todo el que aspire a la profecía. Esto fue lo que dijo: “Uno que se ha perfeccionado a sí mismo en el área de su salud (integral: espiritual-mental-física), que se ha dedicado al estudio de la Sabiduría Divina (Pardes) y que sepa cómo acercarse (al Trono de Gloria)… inmediatamente el espíritu de profecía vendrá sobre él”.

En otras palabras, es imposible aspirar a recibir el don profético sin la debida preparación moral, espiritual y física. Pero una vez que esos niveles han sido alcanzados, la profecía viene sobre el aspirante.

Maimonides afirma que todo aquel que es tenido por digno de recibir el don profético, puede ser llamado propiamente, “hijo de los profetas”, tomando la frase del conocido texto bíblico (2 Reyes 2:15) donde se afirma que el espíritu de profecía del profeta mayor, pasó al próximo profeta.


Cuando esto ocurre, el profeta se ha convertido en una vasija capaz de recibir la luz de la Brisa Divina (Rúaj HaKodesh) quien vendrá sobre él, a veces de una manera a veces de otra, y, como afirma Maimonides, “cuando el profeta lo espera y cuando menos se lo espera” (Id. 7:5).

Esta frase indica que la Presencia Divina es la que decida cuándo manifestarse y cuándo no, consecuentemente la obtención del don profético o del “espíritu de profecía”, no depende exclusivamente de la preparación e iniciativa de la vasija (el hombre), sino de la Soberanía Divina, quien determina cómo y cuándo soplar el Aliento Sagrado.


Por lo tanto, cuando Maimonides afirma que quien llena los requisitos puede estar seguro que la profecía viene sobre él, aparenta una contradicción que requiere ser resuelta porque vemos luego, que no depende exclusivamente del hombre, sino de la soberanía de la Presencia Divina. ¿Cómo podemos reconciliar esto?


Como es evidente, la profecía pertenece al mundo de lo espiritual y lo sobrenatural. Pero muchas veces lo natural que podemos ver, nos permite entender lo espiritual que no podemos ver.


Este es uno de los aportes más extraordinarios que nuestro Rebe nos ha dejado, toda vez que constantemente comparaba los asuntos espirituales que no vemos (El Reino de los Cielos) con las cosas naturales (“Es semejante a…) que sí vemos.

De esto aprendemos que el mundo físico donde vivimos y que es gobernado por leyes físicas evidentes, puede en un momento determinado ser “invadido” por leyes espirituales superiores que irrumpen en nuestra existencia material para sembrarnos semillas del mundo espiritual que nos rodea. El fruto de esas “semillas” constituye un adelanto del Reino de los Cielos.


Cuando esto sucede, lo espiritual controla y domina lo natural para cumplir ciertos propósitos de la voluntad soberana de nuestro Padre celestial. Lo mismo sucede con una persona, que reúne en una misma entidad, dos realidades opuestas pero relacionadas. Por un lado, lo material (el cuerpo físico) por el otro, lo espiritual (el alma y sus componentes espirituales) en perfecta unidad.


La Brisa Divina puede irrumpir en el alma de una persona y esto causa el surgimiento de la profecía. Para que esto suceda, el recipiente debe estar preparado de la mejor manera posible a fin de no “romperse” cuando sea visitado por la “luz” del Aliento de Elohim, sino más bien, poder “retener” lo que está siendo “sembrado” desde el Trono del Resplandor Celestial.


Así pues, la debida preparación es requerida pero al mismo tiempo, la soberanía divina decide cuándo y cómo hacer su manifestación. Así que una parte de la “mecánica de la profecía” depende de nosotros, pero otra está absolutamente fuera de nuestro control.


Esto significa que existen básicamente, dos niveles de profecía. A fin de comprender mejor el tema, diremos que en un momento determinado el alma de la persona es “iluminada” o “visitada” por la Brisa Divina (Rúaj HaKodesh) quien “refresca”, “activa”, “enciende”, “motiva” y “revela” ciertos pensamientos y sentimientos a la persona. Este sería el primer nivel que llamamos “don profético” o simplemente, “profecía”. Tal capacidad o talento, (recibir Rúaj HaKodesh) es dado a todos los hombres, pero no todos hacen la debida preparación, como se ha dicho previamente, para recibirlo. Solamente aquellos que se entregan y “anulan” completamente para dedicarse a este regalo del cielo tienen posibilidades de recibirlo. Por tanto, uno debe anhelar estos “dones espirituales”, pero sobre todo, el de profecía, porque es el más exaltado de todos los atributos divinos transmisibles a los hombres. Desde el punto de vista del mundo de la formación, todas las almas humanas tienen esta capacidad y están diseñadas para ser compatibles con la Brisa Divina.


Sin embargo, existe otro nivel de profecía menos “privado” o “interno” que se revela más externamente. El término hebreo usado para explicar este don es “Nevu’ah” que viene de la raíz “niv” que significa, “expresión hablada” o “declaración verbal” que sale de la boca del profeta.


En este sentido, “Nevu’ah” cierra el “circuito profético”, por así decirlo, cuando la profecía va más allá de una “impresión espiritual” o “iluminación del alma” o “edificación privada del espíritu” y se “encarna” en mensajes o palabras concretas, ya sea de forma escrita o verbal.


Es evidente que tal manifestación de la profecía no es una facultad natural del alma y por tanto va más allá de la capacidad intelectual, emocional y espiritual del “recipiente”. Cuando esto sucede, estamos en presencia de vínculo milagroso entre el mundo físico y el espiritual, entre lo natural y lo sobrenatural, entre el hombre y Elohim, cuando la Brisa Divina fluye y emana pensamientos y palabras que el profeta debe entregar a los destinatarios previamente designados por la Sabiduría Divina, ya sea por escrito o verbalmente, según las instrucciones dadas de Arriba.


Así pues, cuando Maimonides afirma que el “espíritu de profecía” inmediatamente se hace presente en la vasija que ha llenado ciertos “requisitos”, esto es una referencia al primer nivel de profecía, cuando solamente la mente y el alma del profeta son influenciadas por la presencia de la Brisa Divina de tal modo que los pensamientos y emociones del profeta son casi constantemente impresionados y unidos al Trono de la Luz en los lugares celestiales y de esta manera, “unidos” en perfecta “ejad” con el Padre de las luces de tal manera que tiene accesos a imágenes, figuras y representaciones de las cosas del “Espíritu” y del “mundo espiritual” por el cual la Sabiduría de Elohim es revelada.


Esto no significa que “automáticamente” el profeta recibe un “mensaje” para escribirlo o hablarlo, pero reúne los requisitos básicos de tal manera que podría moverse al nivel de “Nevu’ah”, donde el Aliento Sagrado hace “morada” en el alma del recipiente, no sobre la base de alguna preparación o requisito completado por el alma, sino estrictamente sobre la decisión suprema de la Voluntad Divina. Es evidente que este nivel de profecía no depende del hombre, sino exclusivamente del Eterno y por tanto, no es ningún talento o capacidad natural de ningún humano.


Maimonides en su obra previamente citada, discute las consecuencias de la profecía en la vida del hombre y llega a afirmar que “el propio hombre reconoce su estado de profeta” es decir, entiende que “ya no es la persona que fue”, sino que ha sido “cambiado en otro hombre”, ya sea en el nivel primario, esto es, recibir solamente “impresiones mentales y emocionales” de la Brisa Divina, o más avanzado aún, en el nivel de “Nevu’ah” dónde mensajes concretos para destinatarios específicos, ya sea de forma verbal o escrita, son entregados por la Sabiduría Divina a Su exclusiva voluntad.


Así pues, recibir “Rúaj HaKodesh” es el primer paso. “Nevu’ah” es el más profundo y avanzado y solamente unos pocos han sido seleccionados por la Presencia Divina para ser receptores de estos mensajes. Únicamente las declaraciones que sean válidas para todas las generaciones, se escriben, el resto se mantiene para uso particular según indicado por la Sabiduría Divina.


Moshé fue consciente de su investidura profética y como afirma Maimonides (ob.cit.), sabía que la Sabiduría Divina lo había “elevado por encima del resto de los hombres”, pero solamente se sentía satisfecho en el primer nivel, sin tomar sobre sus hombros honor alguno por el segundo. De ahí su apreciación de sí mismo, “no soy un hombre de elocuencia” o de “palabra fácil”, sino “de lengua pesada” (Ex. 4:10) y por tanto, incapaz de alcanzar el nivel de “Nevu’ah” es decir, profecía verbal, entendible para sí mismo y para su generación.


Pasado el tiempo, Moshé comprenderá que este segundo nivel de profecía, “no depende del que corre” sino de Elohim “que tiene misericordia” la cual reparte “a cada cual” según el designio de “Su voluntad”, no la del hombre.

Pero cuidado, aunque no depende del que correo, sino del Eterno que tiene misericordia, la elección no se hará entre los que no han hecho su debida preparación, sino por el contrario, entre los que la han hecho.

Un profeta no es escogido entre justos e injustos, sino solamente de entre los justos. Por tanto, la debida preparación, aunque no lo dice todo, lo facilita.


Concluimos pues, que toda expresión verbal investida por la Rúaj HaKodesh, y que indica que la persona ha sido tomada soberanamente por la Voluntad Divina para escribir o transmitir oralmente la profecía, no es algo que uno mismo pueda adquirir o alcanzar, sino solamente “recibir” cuando le place a la Sabiduría Divina “entregarlo”, de entre los que han pagado el precio de la santidad y la justicia.


Así pues, todos podemos movernos dentro de la profecía, en el primer nivel. Solamente unos pocos, los “apartados varones de Elohim que hablaron por Rúaj HaKodesh” y que lo escribieron o transmitieron oralmente lo que era válido para todas las generaciones venideras, en el segundo.


El primer nivel de profecía tiene su contrapartida en el mundo natural en el sentido de que siempre está operable, pues el alma ha sido diseñada para eso, como la ley de gravedad en las esferas del universo. El segundo nivel solamente opera cuando le place a la Sabiduría Divina en ocasiones especiales, para propósitos especiales que traigan consolación, edificación y exhortación tanto para el presente, como para el futuro generacional de la comunidad de fe.


La manifestación de la Rúaj HaKodesh en una persona refleja entonces su nivel de preparación; pero lo segundo, “Nevu’ah”, no refleja ninguna cualidad “superior” de la persona, pues no depende para nada de las cualidades de la persona, sino exclusivamente de la Soberanía Divina (Ratzón HaShem).


De ahí el peligro de tener “un concepto más alto de uno mismo que el que se debe tener” cuando alguien considera que ha traído un “mensaje” escrito o “hablado” en lenguas o idiomas no conocidas previamente por el “receptor”, cuando lo contrario tiene que ser el caso, es decir, “no me engreí con la profecía” como dijera el profeta Jeremías, o como afirmara Moshé, “no soy hombre de fácil palabra”, o como dijera el Rebe: “Las palabras que yo os hablo (aunque son espíritu y vida) no son mías, sino del Padre que me envió”, revelando el nivel de profecía en que operaba, esto es, no aparecido por su propia voluntad, sino por la Voluntad Soberana de quien lo llamó, ungió, envió e invistió con poder para hacer lo que hizo.


De ahí que la marca distintiva de un profeta es la “humildad”, porque está consciente que no es nada meritorio en sí mismo, sino que el asunto viene exclusivamente de Arriba, del Padre de las luces, pues “no puede recibir el hombre nada, excepto que le sea dado del Cielo”.


En efecto, cuando Moshé presentó su “objeción” la respuesta de la Sabiduría Divina fue: “¿Quién le colocó al hombre la boca? ¿Quién le hace mudo o sordo, vidente o ciego? ¿No soy Yo, el Eterno? (Ex. 4:11)

Es evidente que la condición de “vidente” es lo natural. Pero la condición de “ciego”, es sobrenatural. Por tanto, que el hombre pueda “hablar” es lo natural, pero que sea “mudo” es una condición especial. Dicho de otra forma, la respuesta divina a Moshé es que el Boré Olam (el Creador) controla tanto lo natural como lo sobrenatural, lo normal como lo milagroso, lo regular tanto como lo especial y no hay límites a Su Voluntad.


Debido a esto, fue la voluntad del Altísimo que el alma de Moshé, como todas las almas de los hombres, tengan la habilidad de recibir Rúaj HaKodesh, pero también ha sido la voluntad del Altísimo que Moshé sea promovido al mundo especial de “Nevu’ah”, donde solamente unos poquísimos escogidos son seleccionados por la Sabiduría Divina, según Su beneplácito para traer un mensaje, escrito y oral, a los destinatarios previamente elegidos por la misma Sabiduría Divina, en este caso, “los hijos de Israel”.

Cuando una persona es elegida para entrar en el nivel profético de “Nevu’ah”, primero “escucha” él mismo, de forma personal y privada, el mensaje. Acto seguido, la Rúaj HaKodesh ilumina el mensaje escuchado para que sea entendible por el receptor y lo capacita para “traducir” en palabras humanas entendibles, lo que su alma previamente ha recibido sin palabras humanas, ya sea de forma escrita o hablada. Y esto constituye la profecía propiamente dicha.


En el caso del Primer Redentor, la profecía fue incluso más allá de eso, porque la Shejinah habló personalmente a los hijos de Israel usando las propias cuerdas vocales de Moshé Rabenu. Esto lo hizo elevarse por el resto de los profetas.


De ahí que ha sido dicho que “Moshé fue el más grande de todos los profetas” y que “No hubo luego otro profeta como Moshé”, etc., pues el resto de los profetas hablaron la traducción en sus propias palabras, de lo que habían previamente recibido. Pero Moshé no, la propia Shejinah hablaba en y desde sus cuerdas vocales, por tanto, cuando los hijos de Israel escuchaban a Moshé, en realidad escuchaban las palabras de la Shejinah encarnada en la voz de Moshé Rabenu.


Por un lado era la voz física de Moshé, por el otro, la voz de Elohim. Consecuentemente no importa que fueran 2 millones ó 3 millones de personas en una reunión, todos le oían como si estuvieran a su lado. Este nivel de profecía no ha sido obtenido ni dado a ningún otro profeta, de ahí que Moshé Rabenu fue “único” en su clase y “superior” al resto de los profetas.


Esto es lo que explica por que el resto de los libros del Jumash que hemos leído y estudiado hasta el presente, no reflejan las habilidades naturales de Moshé, porque no fueron sus palabras, sino las palabras que dictó y habló desde la garganta y los dedos de Moshé, la Divina Presencia.

Pero Devarim, el cual comenzamos a estudiar en esta recta final del ciclo festivo, sí expresa el alma misma de Moshé porque a diferencia del resto de los libros de la Toráh, éste nos revela las propias reflexiones de Moshé de todo lo acontecido en su vida y en la vida de Israel durante la primera redención para bien del resto de las generaciones de Israel.


En estos “discursos reflexivos” podemos ver el “alma profética” de Moshé y la manera cómo sucedieron muchas cosas, “detrás de la cortina” cuando el primer redentor libró grandes batallas a favor de la primera redención. Así pues, el vendedor anunciaba “venta de púrpura”, pero solamente cuando se comparaba con el pueblo. Una vez que el “rey hizo su presencia”, el vendedor reconoce que “no vendo nada”, como nuestros sabios nos enseñan en el midrash.


¿Y qué podemos decir entonces del segundo redentor? ¿No han dicho nuestros sabios que el Mashiaj es incluso, “superior a Moshé”? En efecto, Rav Shaul escribió:


¿A cuál de los ángeles dijo alguna vez, “Mi hijo eres tú, hoy te he engendrado”…? Pues Mashiaj ha sido considerado de un honor más grande que Moshé…” (Carta a los Judíos 1:1-3:6)


¿Cómo puede decirse entonces que nunca más se levantó “profeta como Moshé” ni alguno otro “comparable a él” (Devarim 34:10,11) siendo el Mashiaj “superior a Moshé”, según nuestros sabios? En efecto, dice el Talmud (Sotáh 9b), siguiendo el pensamiento de Rav Shaul:


“El Mesías es más grande que los patriarcas, mas elevado que Moshé, y superior a los ángeles”.


En comparación con los otros “vendedores de púrpura”, Moshé fue superior; pero en comparación con Mashiaj, quien no vende púrpura, ni oro ni plata, ni piedras preciosas, sino su propia neshamá, Moshé fue inferior. No obstante, “el Padre es mayor que yo” y “Yo no he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.


En resumen, hoy, al iniciar el estudio de Devarim, debemos ubicarlo en su contexto apropiado a fin de extraer sus más extraordinarias enseñanzas que se complementan con las “visiones de Isaías” y las “Visiones de Elohim”, por la parte de los Profetas y del Código Real respectivamente.


En todos los casos, no obstante, es el Eterno quien tiene siempre la última palabra, pues tanto la elección de Moshé como de los Profetas como de Yeshua, descansan solamente en la Voluntad Soberana de nuestro Padre que está en los cielos.


En relación con Mar’ot Elohim (Revelaciones de Elohim) que le fueron dadas por el Padre a Yeshua HaMashiaj, remitimos al lector a la Introducción que aparece en el Código Real la cual nos ayuda a ubicarnos en “tiempo y espacio” propios para la jornada que tenemos por delante.

Shabat Shalom





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